miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 18.-Un campeón sabe pedir ayuda a tiempo

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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- Hola –me dijo-

- ¡IVI!

Caminé hacia ella, pero no la toqué. Sentí como si estuviera rodeada de un fuerte campo de energía magnética.

- Te he buscado por todos lados –le dije-. ¿Dónde has estado? El conserje no te conoce. ¡Nadie te ha visto nunca!, ¿Por qué vienes otra vez?

- Siéntate, Felipe. Necesitamos hablar.

Obedecí. Me limpié las lágrimas y la observé con cuidado. Era, en verdad, una joven hermosa. Tenía el cabello ligeramente húmedo y la piel sonrosada, como si acabara de salir de la ducha. No era un suño. ¡Ella estaba allí!, ¡Frente a mí!. Una fuerte emoción me invadió. Le pregunté:

- ¿Vas a aparecer cada vez que esté en problemas?

Sonrió antes de decirme:

- Siempre habrá seres como yo cerca de ti, aunque no los veas.

Mi corazón comenzó a latir a toda velocidad.

- ¿Seres... co... como tú?

Asintió. Tenía la hermosa cara de una joven princesa salida de los cuentos de hadas.

- Mi trabajo –continuó-, es organizar y dirigir a los custodios de los niños, pero cada determinado número de años, se me permite manifestarme a un pequeño.

Guardé silencio unos segundos. Luego pregunté:

- ¿eres... un... ángel?

Tardó en responder, aunque podía escuchar en mi mente sus pensamientos de amor.

- Soy un arcángel, Felipe –dijo al fin-. He tenido bajo mi cuidado a algunos chicos que, al crecer, se convirtieron en personas importantes.

Volví a sentarme. Me froté la cara con ambas manos. Luego miré de nuevo a mi deslumbrante amiga.

- ¿Eso significa le pregunté-, que yo voy a ser una persona importante?

- Ya eres una persona importante.

- IVI, ¡no lo creo! –protesté-. A mí siempre me va mal. Soy torpe y arrebatado. Todo lo que hago se convierte en un desastre. La mala suerte me persigue. ¡Dentro de unos minutos van a expulsarme de la escuela!. Estas enterada ¿verdad?.

IVI me observó durante varios segundos sin hablar. Su presencia irradiaba paz, dulzura, ánimo, esperanza...

- Felipe, amado, yo sé muchas cosas que ignoras. Tu guerra no es contra gente de carne y hueso sino contra seres espirituales malvados.

- ¡Mi lucha es contra Lobelo! –protesté-. Y él es de carne y hueso.

- Estás en un error. Lobelo no es malo. También tiene sangre de campeón. Cada niño la tiene, pero todos deben luchar para que su esencia esté limpia. Lobelo se ha dejado dominar por influencias malignas y, aunque ha recibido muchos mensajes de que debe cambiar, no ha querido hacerlo. Tú sí... ¡Sigue adelante, porque la guerra no ha terminado! Ahora entiende: Así como hay fuerzas perversas que quieren destruirte, cuentas con un enorme ejército de fuerzas bondadosas que te defienden. No te sientas solo, ni trates de resolver solo todos tus problemas. ¡Pide ayuda!.

- ¡IVI, no te entiendo! ¿A quién le pido ayuda?

Se acercó a mí. Agaché la cabeza. No sentí el contacto de su piel, pero sí un calor y una ternura que sosegaron mi alma.

- Voy a contarte algo que yo misma vi –dijo después separándose un poco-: Hace tiempo hubo un tornado. La rama de un gran árbol cayó sobre la bicicleta de un niño. El chico era fuerte y tenía mentalidad de triunfador. Su papá le dijo: “te reto a que uses toda tu inteligencia para quitar la rama que está sobre tu bicicleta.” El niño pensó de manera creativa e hizo varios intentos: Tomó la rama por un lado y trató de girarla, pero ésta no se movió ni un centímetro; acercó un tubo y quiso usarlo como palanca, pero también fue inútil; finalmente quiso incendiarla; la rama era fresca y el fuego no prendió. Después de varias horas de trabajo, el niño se dio por vencido. Le dijo a su padre:”no puedo mover la rama, en realidad he fracasado”. El papá insistió preguntando: “¿Ya usaste todos los recursos a tu alcance par amoverla?” “Sí”, le dijo el chico, “¿Estás seguro?” El joven volvió a contestar que sí. “¡Pues te equivocas!”, respondió el papá. “No usaste el recurso más importante: ¡Te falto pedirme ayuda! Nadie puede lograr todo solo en la vida. Los verdaderos campeones hacen su mejor esfuerzo siempre, pero saben pedir ayuda a tiempo y les agrada trabajar en equipo con otros...”

El padre acompañó al hijo y entre los dos quitaron la rama. Ahora entiende Felipe: Cuando seas víctima de una injusticia, en vez de ponerte a llorar, debes hablar con las personas que pueden ayudarte. ¡Nunca te dejes intimidar ni permanezcas tirado! Tú tienes un problema y debes poner un alto ya. No puedes permitir que sigan abusando de ti. Ármate de valor y habla claramente con el director de la escuela, con tu papá y con el nuevo profesor de atletismo. No tengas miedo de contarles lo que ha ocurrido. Quien dice la verdad, recibe una protección especial.

- Pero me cuesta mucho trabajo expresarme cuando estoy nervioso.

- Entonces escribe –contestó-. Escribe lo que te pasa, practica en privado la lectura de cuanto escribiste y después reúnete con las personas para leerles tu carta en voz alta. Eso siempre es una buena estrategia que te permitirá hablar sin interrupciones y no olvidar nada de lo que deseabas decir.

Se escucharon ruidos en la oficina. Tal vez mi padre había llegado y pronto me llamarían. El miedo volvió a apoderarse de mí y sentí deseos de llorar otra vez.

- Cálmate –me dijo IVI-. Tienes las armas para triunfar: Úsalas.

- No estoy seguro... La última vez que vi mi sangre, no me agradó el panorama.

Percibí un cosquilleo en el labio superior.

Me limpié con la mano. Estaba saliéndome sangre de la nariz. El líquido rojo era casi transparente para mí. Ya no me mareé al verlo, pero en el fondo rojo detecté gran cantidad de soldados fuertes, andando de un lado a otro como ejército protector. Los monstruos del mal, también estaban ahí, pero disminuidos y quietos como si al fin hubiesen sido dominados. Un monstruo quiso moverse y fue acribillado de inmediato.

- ¡Guau! –dije- ¡esto es increíble!.

Me puse de pie para entrar al sanitario por un trozo de papel de baño.

Cuando salí. IVI ya no estaba. La busqué por la ventana. No había nadie cerca.

Volví a sentarme.

Saqué mi cuaderno y comencé a escribir una carta de defensa.

Tuve tiempo de redactarla y repasarla.

Al fin, el nuevo profesor de atletismo abrió la puerta de la sala de espera y me pidió que entrara a la dirección.

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